“De manera que
cualquiera que comiere este pan y bebiere de esta copa del Señor indignamente,
será culpado del cuerpo y de la sangre
del Señor. Por tanto pruébese cada uno así mismo, y coma así del pan, y beba de
la copa.” 1
Corintios 11:27-28
La Cena del
Señor no debe ser tomada como algo a la ligera, es una ceremonia instituida por
el mismo Señor Jesucristo como recordatorio de su muerte y anticipo de su
regreso. Luego de dos mil años seguimos manteniendo esta ceremonia en nuestras
iglesias. Pero ¿Comprendemos realmente el significado?
Pablo
exhorta a la iglesia de Corinto en 1 Corintios 11, les señala ser abusadores de
ese momento simbólico para la iglesia. Se estaban reuniendo en comunidad para
dejar en ridículo lo que en un principio fue una santa cena.
“…Porque no os congregáis
para lo mejor, sino para lo peor”. 1 Corintios 11:17
La actitud
de estos fieles al participar de esta cena ponían en vergüenza lo que significaba
el evangelio de Cristo, en lugar de mostrar lo mejor, lo que hacían relucir era
su propia carnalidad, cualquiera que llegaba de primera vez podía darse cuenta
de divisiones, los celos a flor de piel, las envidias ejerciendo control entre unos y otros. Todo lo contrario a una
iglesia que tenía en común todas las cosas.
El testimonio de Cristo quedaba por el suelo
cuando abusaban de la cena concentrados en alimentar su glotonería en vez de llenar
su alma con la reverencia que demandaba su encuentro. Esto hacía que cada vez
la cena se convirtiera en un ritualismo vaciado de contenido espiritual y
sustituido por formas tergiversadas a sus propios antojos.
Tristemente
la cena del Señor sigue siendo tomada indignamente, lo que nos separa de los
corintios es solamente un lapso de tiempo, pero el corazón incorrecto sigue predominando
en nuestros días.
Abusamos de
la cena cuando acudimos a ella con una apariencia piadosa al mismo tiempo que
mantenemos tensiones críticas en nuestras relaciones, tomamos la cena
indignamente cuando nos autoengañamos
justificando acciones egoístas en el
trato con los demás.
La Santa Cena además de
ser un recordatorio de Jesucristo, se trata de dar un testimonio limpio del Evangelio
en nuestras relaciones.
La santa cena
debe recobrar en nuestro corazón el verdadero significado que posee. No se
trata solo de comer el pan y beber la copa, se trata de anunciar la vida de
Jesucristo derramada en sacrificio para otorgarnos la salvación y mantener viva
la esperanza de su regreso. Mientras lo hacemos, nuestra vida debe reflejar una
concordancia entre su evangelio y la santidad de nuestra conciencia.
La manera de
recobrar el sentido de lo que hacemos es examinarnos a nosotras mismas
asegurándonos que cada trato que tenemos con el prójimo está sostenido por la voluntad de Dios.
Colócate bajo el
escrutinio de Dios, no bajo tu propia consideración.
Probar tu
corazón es colocarlo bajo la lupa de las escrituras, mientras la lupa de la
palabra esta retirada del corazón, el pecado se ve como un pequeño error auto justificado
por tu propia opinión, mientras que al
examinarlo detalladamente bajo los
parámetros divinos la gravedad de ese
pecado se tornará escandalosa.
¿Tu conciencia es limpia cuando participas de
la cena del Señor?
Antes de
participar examina la calidad de las conversaciones en tus relaciones, la profundidad
del perdón en ellas y evalúa cada detalle en tus propias intenciones al
relacionarte con otros, luego come el pan y bebe la copa.
Tu comunión con Cristo
y con otros es lo que adorna la reunión en la mesa, sin ella la cena, pierde el
significado.
Hija de Pastores misioneros de nacionalidad Colombiana, ha servido desde los 9 años junto a sus padres en los países de Bolivia y Argentina. Diagnosticada alrededor del año 2009 con Síndrome de Eisenmenger ha propuesto en su corazón servir a Dios hasta el día en que él se lo permita. Sus experiencias en la obra misionera continúan labrando el sueño de brindar herramientas bíblicas para las jóvenes de hoy.
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